Quiero contarte la historia de Alberto. No solo porque sea uno de nuestros pacientes, sino porque su forma de vivir, de adaptarse, y de seguir adelante, nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos.

Alberto nació en el Madrid de la posguerra, en una familia que, dentro de lo posible, logró mantener cierta estabilidad. Su padre era abogado, su madre ama de casa. En una época marcada por la escasez y las restricciones, él creció rodeado de libros, de silencios y de normas claras. La suya no fue una infancia difícil, pero sí sobria, medida. Aprendió desde pronto que las cosas importantes llevan tiempo.

Estudió Derecho en la universidad, y allí conoció a Ana. Coincidieron en una asignatura optativa y, como a veces pasa, bastaron unas pocas conversaciones para que no quisieran separarse más. Se casaron al poco de terminar la carrera, y tuvieron tres hijos. “Nunca fuimos de grandes gestos”, me dijo una vez Ana, “pero siempre nos tuvimos cerca”. Compartieron vida, rutina, crianza, veranos en familia y una manera muy suya de entender la calma.

Alberto empezó trabajando en una pequeña sucursal de barrio. Durante años fue el que conocía a todos los vecinos por su nombre. Con el tiempo, y sin hacer ruido, fue ascendiendo hasta llegar al departamento jurídico del banco, donde pasó las dos últimas décadas de su carrera. No era un hombre de alardes, pero sí de constancia.

La jubilación le llegó a los 60, y con ella, una nueva etapa. “Ahora empieza nuestra segunda vida”, le dijo a Ana el día que firmó su cese definitivo. Y no exageraba. Durante años viajaron por medio mundo. Se organizaban con mimo: elegían el destino, preparaban rutas, reservaban lo justo. Siempre llevaban una libreta pequeña en la mochila. En ella, Alberto anotaba lo que no quería olvidar: un sabor nuevo, una palabra en otro idioma, una plaza tranquila en una ciudad desconocida. Nunca fueron turistas apresurados. Les gustaba mirar.

Hace dos años, su camino cambió. Alberto comenzó a notar que sus movimientos eran más lentos. Se levantaba con más esfuerzo, titubeaba al andar. El diagnóstico fue claro: enfermedad de Parkinson. No fue una sorpresa total, pero sí un impacto. Lo que hasta entonces había sido fluidez, se volvió duda.

Ana fue quien nos escribió. Recuerdo bien su mensaje: breve, claro, directo. “Mi marido tiene Parkinson. Empieza a perder el equilibrio. Tenemos miedo de que se caiga. ¿Podéis ayudarnos?”

Cuando les conocí, su casa hablaba mucho de ellos. Cuadros colgados con cuidado, alfombras tejidas con historia, muebles con huella. Pero también pequeños obstáculos que, en ese momento, ya suponían un riesgo. Valoramos su situación y propusimos algunos cambios: despejar pasillos, eliminar alfombras, adaptar el espacio sin renunciar a su identidad. Empezamos a trabajar tres veces por semana, con un plan centrado en el equilibrio, la fuerza funcional y la seguridad.

Alberto no era especialmente expresivo durante los ejercicios. Pero escuchaba, ejecutaba con paciencia, y preguntaba lo necesario. Ana, siempre cerca, se convirtió en parte del proceso. Aprendió cómo ayudar sin invadir, cómo observar sin angustia. Fue, y es, una aliada imprescindible.

Ese verano se trasladaron a la casa familiar de la sierra. Nos preguntaron si sería posible continuar allí. Lo fue. Adaptamos también ese espacio, y seguimos trabajando. Con el sonido de los pájaros, con luz natural entrando por las ventanas, y con la misma determinación.

Hoy, con 80 años, Alberto sigue caminando. No siempre con soltura, a veces con duda. Pero sigue. Cada paso es una afirmación silenciosa: aquí estoy. Y Ana sigue con él, como ha hecho siempre. De alguna manera, caminan juntos desde aquella clase optativa en la facultad. Nosotros los acompañamos de cerca, con la conciencia de que no es solo un tratamiento. Es un trayecto compartido.

Porque hay personas que no se rinden. Y cuando caminas con ellas, también aprendes a no rendirte tú.

Published On: 1 agosto, 2025 / Categories: Fisiohogar /

Nuestros pacientes nos valoran

4.7
Basado en 32 reseñas.
powered by Google
ana lopez
19:21 16 Dec 21
Hace varios años que atiende a mi hija y cada uno de los profesionales que ha venido la han atendido de lujo, la fisio que la viene a atender ahora la entiende perfectamente y un trato exquisito
Veturia T
19:13 16 Dec 21
Nuestro hijo de 2 años y medio es paciente de Ana, la fisioterapeuta respiratorio. Ana, es muy buena profesional y una persona muy amable, educada y cariñosa. Recomendamos 100%. Gracias Ana y Fisiohogar.
Buenaventura Alonso
09:56 09 Nov 20
Soy paciente desde hace...he perdido la cuenta, más de 10 seguro. Cuando un profesional de la salud, alivia el dolor, te aconseja cómo generar un modo más sano de vida y además lo hace con entrega muy muy profesional. El resultado muchos es: años de calidad de vida y relación humana.
Clínica Dental Las Rozas Clínica Dental Las Rozas
09:13 03 Sep 16
Soy paciente desde hace años y estoy encantado por la eficacia, profesionalidad y buen trato.
Ver todas las reseñas

Categorías

Fisioterapia neurológica

En Fisiohogar le ofrecemos la rehabilitación a domicilio para pacientes con diferentes patologías neurológicas: ictus, Parkinson, Alzheimer...

Consulte nuestra página dedicada a la fisioterapia neurológica.

Fisioterapia para deportistas

En Fisiohogar ofrecemos un servicio especializado de fisioterapia para deportistas, y también para eventos deportivos.

Suscríbete a nuestro boletín

Te lo enviamos con ofertas y noticias, de manera gratuita, una vez al mes.